Ricardo Goncebat
Las ciudades nos gritan cada vez más. Desde las obras de construcción o las fábricas y locales musicales, hasta los animales y personas, aviones, trenes o máquinas, pero sobre todo el tráfico rodado. Las fuentes de ruido y degradación acústica son muy diversas, pero todas perjudican nuestra salud física y mental. Desde aquí les damos unos consejos de cómo protegerse de este flagelo que va en aumento.
“Cambio piso por tranquilidad. Estoy al límite de mis fuerzas, hay que pasar por algo así para comprender de qué hablo”, explicaba Blanca Calzado, una vecina de la ciudad austuriana de Oviedo que ha llegado al límite de su paciencia e incluso ha necesitado atención psicológica debido a su personal pesadilla de contaminación acústica.
La mujer, que no puede conciliar el sueño debido a los ruidos nocturnos precedentes de un bar situado bajo su piso y ha efectuado incontables denuncias y mediciones de decibelios, asegura que está dispuesta a canjear al Ayuntamiento de su ciudad su actual piso por otro donde no se registren ruidos excesivos en las horas destinadas al sueño y al descanso.
El caso de la sufrida asturiana es sólo una muestra del impacto en la salud de la cacofonía de sonidos inarticulados y estridentes de las ciudades, el va mucho más allá de la pérdida de la audición.
El ruido se considera natural en la sociedad moderna, pero la mayoría de los estudios sobre los efectos fisiológicos de la llamada contaminación acústica han encontrado relaciones entre los entornos ruidosos y distintos problemas de salud psicofísica.
La exposición a sonidos excesivos y discordantes ha sido relacionada con el estrés, la elevada presión sanguínea y los trastornos del aprendizaje, entre otros desórdenes.
Hay certeza de que la contaminación acústica puede causar distintos trastornos, sobre todo hipertensión.
El estrépito urbano pasa factura.
Artículo: Ciencia Internacional de los medios,07-02-05